Érase una vez, me harté de depender, de no confiar en mí, de estar gorda, del rechazo y la burla. Me harté tanto, que declaré que no sería parte más de mi vida.

 

Si quieres de la manera más tóxica posible, fui a crear un plan donde demostrara a mis ex jefes que sí tenía lo que se requería, aunque nunca se enteraran, a los niños y niñas que me hicieron bullying alguna vez, que sería una pinche vieja buena y hermosa, aunque nunca más me vieran. A quienes pensaron que solo era una fiestera más o una mujer dentro del clóset. Me vale madres si fue tóxico o no, eso fue lo que me movió en ese instante en mi vida hace unos años.

 

Me harté de estar harta.

Me cansé de estar cansada.

Me puse a leer, y accionar, leer y accionar.

Claramente tenía que callar bocas y sí, también me daba nervios.

 

Me daba miedo hablar en público, en una ocasión en una conferencia, me dio un calambre tan fuerte en una pierna que no pude moverme mientras hablé por 40 minutos, por supuesto no fue de las mejores pero sí de las primeras, y súmale que me atragantaba con mi propia saliva y pensaba, ¿me veré suficientemente bien vestida?

Me daba miedo picarle al botón “Invitar a amigos a darle like a tu página”, porque en realidad no todos eran amigos, tampoco entiendo por qué los tenía agregados. Bueno sí, pero esa es otra historia.

 

Te habrá pasado alguna vez, que miras en retrospectiva y dices “¿es en serio que esa era?”

Ja-Ja-Ja.

 

Son de esas cosas que digo ay María… tú tan ocurrente, pero sabes, es hermoso. Es hermoso saber que vengo de ahí, es hermoso saber que cualquier circunstancia es modificable. Que da igual la persona que seas un día, te puedes hartar y elegir ser distinto.

Eso hace falta a veces, hartarse de estar harto.

 

Amo tanto el proceso que me dio las herramientas para duplicarlo miles de veces en quienes les pasó alguna vez algo similar… es como haber encontrado la receta. Y no, no por la vía tóxica, pero también es bonito humanizarnos, y menos “Instagramearnos.”